COLABORACION DE ALBERTO VASQUEZ DIAZ

Publicado por J.A. Cruz Infante | 10/12/2008 01:03:00 a. m. | 0 comentarios »

¿Y qué, cabezón?

-Carta a mi abuelo Miguel-

Te recuerdo en el comedor de la casa rosada de la Tunti Cáceres No. 29, sin camisa y listo para empezar el ritual de tu afeitada con todos los utensilios sobre la mesa: una ponchera de agua tibia, el jabón, la brocha y la rasuradora armada con su navajita. En otras ocasiones, la depilación abarcaba el torso y los brazos, dotados de abundantes vellos que tenías que recortar con frecuencia. "Familia de los monos", me decías con una sonrisa en los labios.

Este mismo comedor, escenario de variadas conversaciones en el ámbito familiar que casi siempre concluían con los mismos temas: Trujillo, el "14", Manolo o Fidel, era definitivamente tu "centro de acción" dentro del hogar: allí confeccionabas las asas para los bolsos que fabricabas con fundas vacías de cemento "Colón" y, en cuaresma, la mesa se llenaba de papeles multicolores, tijeras, pendones, almidón e hilos de gangorra, para fabricar las hermosas chichiguas que posteriormente regalabas o vendías.

Te recuerdo sentado en tu poltrona movible de pino y guano, que sacabas a la galería para reposar mientras observabas el incansable trajinar de la gente que transitaba por la empinada calle que conducía al Barrio Puerto Rico; allá abajo, al fondo, solíamos mirar entre los techos de las casas, las copas de frondosos árboles que custodiaban el río Moca. Desde esta misma galería, intercambiabas palabras con tus vecinos: Petro y Sada, los Navarro y doña Gilda, quien desde su casa-salón de belleza siempre nos ofrecía una esplendida sonrisa en su cara de luna llena.

Te recuerdo en tus afanes de incansable jugador de billetes y quinielas, relatando sueños y consultándolos con los demás, buscando concluir con toda certeza, cuales eran los números que serían agraciados en el sorteo del próximo domingo.

También te evoco en días de salud y de enfermedad cuando, con una sonrisa, me saludabas con una habitual frase: ¿Y qué, cabezón?

Y te recuerdo en aquella noche negra –la más negra de mi vida hasta ese momento- cuando vestido de madera, esperabas la luz del día para ser trasladado al camposanto donde, con dolor, depositaríamos tu cuerpo inerte para entonces pregonar con satisfacción el legado que nos dejaste con la sencillez, honradez y hombría de bien que sembraste a tu paso por estos predios terrenales.

Y nunca olvidaré de aquel día la sentencia del primo Tony, quien, rescatando una frase popular, me señaló que: "nos quedamos sin pito y sin flauta", aludiendo nuestra pérdida común: él, de su tío, yo de mi abuelo. Y qué equivocados estuvo entonces al pensar que te habíamos perdido, pues los años posteriores se encargaron de demostrarnos que las personas como tú permanecen por siempre a nuestro lado en los pasillos de la memoria.

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