Una de las nietas de Rafael Trujillo ha publicado una novela sobre su su vida y relacion con su abuelo.Alguien dijo, o escribió alguna vez, que la infancia es la patria del hombre, una patria que la autora de “A la sombra de mi abuelo” evoca desde las primeras páginas de su libro como un paraíso perdido, con la misma emocionada nostalgia con que cualquier ser humano recuerda su niñez en una tierra lejana. Pero la infancia feliz de Aída tiene precisamente una sombra de la que nace un estigma, algo parecido a una maldición con la que ha tenido que convivir a lo largo de toda su existencia porque, y esto es innegable, ser la nieta del dictador más temido de su tiempo, odiado por la mayoría de un país al que tiranizó durante tres décadas, despreciado por sus crímenes y condenado por la historia, no debe de ser fácil. Aída Trujillo es hija de Octavia Ricart, primera esposa de Ramfis, el hijo dilecto del dictador, un personaje de triste memoria, como prácticamente toda la familia del hombre que gobernó al país hasta su ajusticiamiento en 1961. Hace algunos años, cuando Mario Vargas Llosa publicó “La fiesta del Chivo”, sus emociones, sus memorias de una infancia encantada, su recuerdo de un abuelito que para ella era un remanso de bondad, chocaron de frente con la otra historia, la real, la que tarde o temprano termina por sacar a la luz la verdad. En ese momento se propuso escribir sobre su abuelo, según declaró en un artículo publicado en el periódico El Nacional en 2006, para reivindicar lo que ella consideraba que había de bueno en ese hombre condenado definitivamente. La estructura del libro gira constantemente sobre el estigma del apellido Trujillo, se desenvuelve alrededor de esa contradicción y de las culpas históricas que arrastran los descendientes de los tiranos cuando tienen conciencia de que son precisamente eso, descendientes de hombres que han matado, torturado, perseguido, robado y encarcelado para saciar su megalomanía. Esa contradicción, esa tensión espiritual constante a la que se ve sometida su conciencia, esa mezcla de emociones contrarias que la acompaña todos los días de su vida, es reflejada con toda su intensidad en las páginas del libro, junto con sus vivencias, sus altibajos existenciales, sus triunfos y derrotas, propias de la existencia de todo ser humano. No se puede negar esa intensidad que Aída Trujillo consigue representar en cada capítulo de “A la sombra de mi abuelo”, como también la decepción, el escaso aprecio por Joaquín Balaguer y hasta la actitud ambivalente de muchas personas que tienden a justificar a Trujillo con expresiones del tipo “no todo lo que hizo fue malo”, “no era en realidad un hombre tan malo como lo pintan”. La otra justificación es para con su padre, Ramfis, por su actuación y por el castigo infligido a los ajusticiadores de Trujillo, una posición que se puede entender desde el lugar en que le ha tocado situarse, el papel de hija, pero que no puede ser aceptable desde ningún punto de vista. Las torturas atroces y el asesinato de “los que mataron al jefe” son en realidad el último acto de un hombre que no estaba en sus cabales, que probablemente nunca lo estuvo, y que no tienen la más mínima justificación si se tiene en cuenta que contaba con una cuota de poder que le hubiera permitido encarcelar de por vida a aquellos hombres. La estructura del libro de Aída Trujillo es ágil, tiene un ritmo narrativo ameno y un lenguaje simple y fluido, pero su estilo está lleno de recursos efectistas que le restan calidad literaria y rigor narrativo, abundan los lugares comunes y las frases hechas, como la personificación de los estados de ánimo, que actúan como si fuesen hombres y mujeres de carne y hueso y tienen nombres propios en mayúscula.
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Jose Abigail
A Ramfis hay que agregarle las criminales torturas que cometio contra los expediconarios de Constanza, Maimon y Estero Hondo.
Ademas de sus muchas visitas a La Cuarenta y El Nueve, centros de toruras de la tirania trujillista.